España precisa de una sacudida de decencia que impida que un individuo como este comparezca entre laureles pretendiendo además que le adoremos.
Ha quedado empíricamente demostrado que Pedro Sánchez y usted viven en países diferentes. Cuando menos, en realidades distintas: uno en el palomar de sus cielos, los demás en el sótano de las cosas. Solo un individuo a escasos metros de merecer tratamiento médico por su evitación de la realidad, puede comparecer en supuesta rueda de prensa para rendir cuentas de la forma que lo hizo en un país asolado por una pandemia, hundido en todas las publicaciones independientes y con cien mil muertos por coronavirus que, al decir del sujeto, no se percataron de que la tragedia no ha sido un freno sino una oportunidad de modernización. No fue un Informe de Rendición de Cuentas. Fue un Informe de Rendición de Cuentos.
La desahogada comparecencia -carente de cualquier tipo de vergüenza- de quien preside el Gobierno de España, no pasó de ser una comedia más preparada por la fontanería monclovita, esa que tan fácil resulta de predecir. El triunfalismo no es ajeno a cualquier gobernante, sea de la administración que sea, pero en el caso de pedrete alcanza cotas delirantes: visto y oído cabe preguntarse ¿tiene España algún problema? Si se confirma una inflación del 6,7%, basta solo con no tenerla en cuenta. Si ‘The Economist’ sitúa la gestión económica durante la pandemia en el último puesto de 23 países, se ignora el hecho y no se permite que se pregunte por ello. Si la OCDE dictamina que España es el país que peor afronta la recuperación económica, se dice lo contrario y solo se le da la palabra a los medios amigos que en ningún momento preguntarán por ello. Si el recibo de la luz ha laminado perspectivas de crecimiento de pequeñas y medianas empresas y ha complicado la vida a millones de particulares se miente con los gráficos y se manipulan las cifras y no pasa nada. Se presume de la vacunación, que no es mérito suyo y se evita hablar de las dos ocasiones en las que el TC ha sentenciado en su contra, amén de los indultos que ha concedido a sus socios golpistas. Presume, eso sí, de haber sacado adelante los Presupuestos repletos de artificios, ajenos a las cifras reales de crecimiento, y de haber conseguido consenso en la reforma del sistema laboral de Rajoy al que solo le ha cortado un poco las uñas y le ha dado color a los mofletes. Ese es el retrato de su realidad y de la realidad de los medios de comunicación que hacen las veces de amiguetes en las ruedas de prensa, los únicos con derecho a interpelar a este farsante.
Usted, que vive a diario su realidad, tan distinta, puede preguntarse qué ha hecho para merecer esto. Pues a lo mejor votarle. O votar a quienes le apoyan, o quedarse en casa poco emocionado -y tiene sus razones- por quienes pueden ser su alternativa. Sea cual fuere la razón, habrá que colegir que España precisa de una sacudida de decencia que impida que un individuo como este comparezca entre laureles pretendiendo además que le adoremos: ¡Y ahora, ovacionadme!, le faltó decir.
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